jueves, 30 de julio de 2009

Leyenda Dominicana "La Ciguapa"

La ciguapa es un personaje mítico que vive en el corazón rural de la República Dominicana, especialmente en las regiones montañosas. Aunque también se habla de ciguapas en Holguín, Cuba, parece que es un personaje típicamente dominicano y que habría sido llevado por los dominicanos que fueron a luchar por la Independencia cubana.

Las ciguapas son mujeres de tez morena con ojos negros rasgados y con el pelo negro, suave y lustroso. El pelo es tan largo que llega a constituir su única vestimenta. Para algunos son pequeñitas, con el cuerpo desproporcionado, mientras que para otros tienen piernas largas y delgadas. Incluso algunos dicen que su piel es azul.

Pero lo que verdaderamente distingue a la ciguapa "moderna" es que tiene los pies al revés, dirigidos hacia atrás, al igual que el Curupí guaraní y la Churel hindú.

Suelen salir de noche de los bosques y cuevas donde residen en nuestras montañas, emitiendo un gemido suave (hipido, corrientemente pronunciado jipido), que es su único medio de comunicación vocal. Son inofensivas, muy tímidas y temen a los humanos. Atraen a los caminantes de sexo masculino, los que desaparecen luego de haber sido seducidos.


"Hábitat" de las ciguapasPueden atraparse en una noche de luna llena con el auxilio de un perro manchado (blanco y negro) y que sea "cinqueño" (polidactílico), es decir que tenga seis dedos (pero la mayoría de las personas cree que los perros solamente tienen cuatro dedos). Por esas condiciones, se puede decir que es prácticamente imposible atrapar las ciguapas.

Tomando la clasificación griega de las ninfas, las ciguapas podrían ser Oréades (ninfas de los montes y montañas) o, más bien, Napeas o Napías (ninfas de los valles de montañas y cañadas, tímidas pero alegres).

Aunque se desconoce el origen de este personaje, los indicios llevan a pensar que no es muy antiguo. La primera referencia es la de Francisco Javier Angulo Guridi, quien en 1866 escribió la tradición o leyenda "La Ciguapa", que él llamó "novela". Nadie sabe de donde obtuvo las informaciones para dicha obra: si es creación suya o relata una historia escuchada. Interesante es que no dice que las ciguapas tengan los pies al revés por lo que se ve que esto es algo añadido posteriormente.

Las ciguapas no aparecen entre los mitos y leyendas taínos narrados por fray Ramón Pané ni otros Cronistas de Indias ni tampoco aparecen representadas en los petroglifos o en la alfarería arawaca. Este hecho, junto con la tardía aparición escrita del personaje, demuestra que no era parte de la tradición taína. Su semejanza con el Curupí o Curapa guaraní (aunque solamente en cuanto a los pies) debe considerarse solamente como una semejanza; es poco probable que esa tradición haya llegado en tiempos modernos a la República Dominicana, sobre todo teniendo en cuenta las diferencias notables entre los dos personajes míticos.

Incluso el nombre, que algunos creen que es taíno, proviene del créole "Zi gouape" (en francés "Petit gouape" - pequeño bribón). Pero ese es un monstruo masculino, muy diferente a las ciguapas.

También se ha propuesto la hipótesis de que tenga un origen africano. El problema está en el desarrollo tardío de la leyenda y su ausencia en otras poblaciones afroamericanas, incluyendo Haití.

Tal como dice el antropólogo Marcio Veloz Maggiolo, el rastro de la ciguapa quizás pueda seguirse hasta la India: la churel que menciona Rudyard Kipling en su novela Kim. En esta novela, Kipling describe a la churel: "Una churel es un fantasma peculiarmente maligno de una mujer que murió en la cuna. Ella ronda por los caminos solitarios, sus pies torcidos y dirigidos hacia atrás en los tobillos, y lleva a los hombres para tormentarlos."

En su obra "My Own True Ghost Story", Kipling dice: "También hay terribles fantasmas de mujeres que murieron en la cuna. Estas erran por los caminos al atardecer, o se ocultan en los cultivos cerca de un poblado, y llaman seductoramente. Pero responder a su llamado es muerte en este mundo y en el siguiente. Sus pies está torcidos hacia atrás de manera que todos los hombres sobrios pueden reconocerlas."

Si tenemos en cuenta que la descripción más corriente que se hace de las ciguapas, que es una idealización de las mujeres taínas, se ajusta bastante a la de las mujeres hindúes, esta hipótesis de un origen oriental tiene mucho peso, más que cualquier otra. Un problema a resolver, de ser esa la hipótesis correcta, es explicar su llegada a nuestro país por lo que habría que analizar las inmigraciones durante el siglo 19.

Pero, cualquiera que sea el origen de este personaje mítico, las "ciguapitas" seguirán "jipiando" y llevando una vida tranquila en las montañas y montes dominicanos.

lunes, 27 de julio de 2009

Leyenda Mexicana "Huitzilopoxtli"

Tuve que ir, hace poco tiempo, en una comisión periodística, de una ciudad frontera de los Estados Unidos, a un punto mexicano en que había un destacamento de Carranza. Allí se me dio una recomendación y un salvoconducto para penetrar en la parte de territorio dependiente de Pancho Villa, el guerrillero y caudillo militar formidable. Yo tenía que ver un amigo, teniente en las milicias revolucionarias, el cual me había ofrecido datos para mis informaciones, asegurándome que nada tendría que temer durante mi permanencia en su campo.
Hice el viaje, en automóvil, hasta un poco más allá de la línea fronteriza en compañía de mister John Perhaps, médico, y también hombre de periodismo, al servicio de diarios yanquis, y del Coronel Reguera, o mejor dicho, el Padre Reguera, uno de los hombres más raros y terribles que haya conocido en mi vida. El Padre Reguera es un antiguo fraile que, joven en tiempo de Maximiliano, imperialista, naturalmente, cambió en el tiempo de Porfirio Díaz de Emperador sin cambiar en nada de lo demás. Es un viejo fraile vasco que cree en que todo está dispuesto por la resolución divina. Sobre todo, el derecho divino del mando es para él indiscutible.
—Porfirio dominó- decía—porque Dios lo quiso. Porque así debía ser.
—¡No diga macanas! —contestaba mister Perhaps, que había estado en la Argentina.
—Pero a Porfirio le faltó la comunicación con la Divinidad... ¡Al que no respeta el misterio se lo lleva el diablo! Y Porfirio nos hizo andar sin sotana por las calles. En cambio Madero...
Aquí en México, sobre todo, se vive en un suelo que está repleto de misterio. Todos esos indios que hay no respiran otra cosa. Y el destino de la nación mexicana está todavía en poder de las primitivas divinidades de los aborígenes.
En otras partes se dice: «Rascad... y aparecerá el...». Aquí no hay que rascar nada. El misterio azteca, o maya, vive en todo mexicano por mucha mezcla social que haya en su sangre, y esto en pocos.
—Coronel, ¡tome un whisky! dijo mister Perhaps, tendiéndole su frasco de ruolz.
—Prefiero el comiteco— respondió el Padre Reguera, y me tendió un papel con sal, que sacó de un bolsón, y una cantimplora llena de licor mexicano.
Andando, andando, llegamos al extremo de un bosque, en donde oímos un grito: «¡Alto!».
Nos detuvimos. No se podía pasar por ahí. Unos cuantos soldados indios, descalzos, con sus grandes sombrerones y sus rifles listos, nos detuvieron.
El Viejo Reguera parlamentó con el principal, quien conocía también al yanqui. Todo acabó bien. Tuvimos dos mulas y un caballejo para llegar al punto de nuestro destino. Hacía luna cuando seguimos la
marcha. Fuimos paso a paso. De pronto exclamé dirigiéndome al viejo Reguera:
—Reguera, ¿cómo quiere que le llame, Coronel o Padre?
—¡Como la que lo parió! — bufó el apergaminado personaje.
—Lo digo— repuse— porque tengo que preguntarle sobre cosas que a mi me preocupan bastante.
Las dos mulas iban a un trotecito regular, y solamente mister Perhaps se detenía de cuando en cuando a arreglar la cincha de su caballo, aunque lo principal era el engullimiento de su whisky.
Dejé que pasara el yanqui adelante, y luego, acercando mi caballería a la del Padre Reguera, le dije:
—Usted es un hombre valiente, práctico y antiguo. A usted le respetan y lo quieren mucho todas estas indiadas.
Dígame en confianza: ¿es cierto que todavía se suelen ver aquí cosas extraordinarias, como en tiempos de la conquista?
—¡Buen diablo se lo lleve a usted! ¿Tiene tabaco?
Le di un cigarro.
—Pues le diré a usted. Desde hace muchos años conozco a estos indios como a mí mismo, y vivo entre ellos como si fuese uno de ellos. Me vine aquí muy muchacho, desde en tiempo de Maximiliano. Ya era cura y sigo siendo cura, y moriré cura.
—¿Y... ?
—No se meta en eso.
—Tiene usted razón, Padre; pero sí me permitirá que me interese en su extraña vida.
¿Cómo usted ha podido ser durante tantos años sacerdote, militar, hombre que tiene una leyenda, metido por tanto tiempo entre los indios, y por último aparecer en la Revolución con Madero? ¿No se había dicho que Porfirio le había ganado a usted?
El viejo Reguera soltó una gran carcajada.
—Mientras Porfirio tuvo a Dios, todo anduvo muy bien; y eso por doña Carmen...
—¿Cómo, padre?
—Pues así... Lo que hay es que los otros dioses...
—¿Cuáles, Padre?
—Los de la tierra...
—¿Pero usted cree en ellos?
—Calla, muchacho, y tómate otro comiteco.
—Invitemos —le dije— a míster Perhaps que se ha ido ya muy delantero.
—¡Eh, Perhaps! ¡Perhaps!
No nos contestó el yanqui.
—Espere— le dije, Padre Reguera; voy a ver si lo alcanzo.
—No vaya— me contestó mirando al fondo de la selva . Tome su comiteco.
El alcohol azteca había puesto en mi sangre una actividad singular. A poco andar en silencio, me dijo el Padre:
—Si Madero no se hubiera dejado engañar...
—¿De los políticos?
—No, hijo; de los diablos...
—¿Cómo es eso?
—Usted sabe.
—Lo del espiritismo...
—Nada de eso. Lo que hay es que él logró ponerse en comunicación con los dioses viejos...
—¡Pero, padre...!
—Sí, muchacho, sí, y te lo digo porque, aunque yo diga misa, eso no me quita lo aprendido por todas esas regiones en tantos años... Y te advierto una cosa: con la cruz hemos hecho aquí muy poco, y por dentro y por fuera el alma y las formas de los primitivos ídolos nos vencen... Aquí no hubo suficientes cadenas cristianas para esclavizar a las divinidades de antes; y cada vez que han podido, y ahora sobre todo, esos diablos se muestran.
Mi mula dio un salto atrás toda agitada y temblorosa, quise hacerla pasar y fue imposible.
—Quieto, quieto— me dijo Reguera.
Sacó su largo cuchillo y cortó de un árbol un varejón, y luego con él dio unos cuantos golpes en el suelo.
—No se asuste —me dijo—; es una cascabel.
Y vi entonces una gran víbora que quedaba muerta a lo largo del camino. Y cuando seguimos el viaje, oí una sorda risita del cura...
—No hemos vuelto a ver al yanqui le dije.
—No se preocupe; ya le encontraremos alguna vez.
Seguimos adelante. Hubo que pasar a través de una gran arboleda tras la cual oíase el ruido del agua en una quebrada. A poco: «¡Alto!»
—¿Otra vez? — le dije a Reguera.
—Sí —me contestó—. Estamos en el sitio más delicado que ocupan las fuerzas revolucionarias. ¡Paciencia!
Un oficial con varios soldados se adelantaron. Reguera les habló y oí contestar al oficial:
—Imposible pasar más adelante. Habrá que quedar ahí hasta el amanecer.
Escogimos para reposar un escampado bajo un gran ahuehuete.
De más decir que yo no podía dormir. Yo había terminado mi tabaco y pedí a Reguera.
—Tengo —me dijo— , pero con mariguana.
Acepté, pero con miedo, pues conozco los efectos de esa yerba embrujadora, y me puse a fumar. En seguida el cura roncaba y yo no podía dormir.
Todo era silencio en la selva, pero silencio temeroso, bajo la luz pálida de la luna. De pronto escuché a lo lejos como un quejido largo y aullante, que luego fue un coro de aullidos. Yo ya conocía esa siniestra música de las selvas salvajes: era el aullido de los coyotes.
Me incorporé cuando sentí que los clamores se iban acercando. No me sentía bien y me acordé de la mariguana del cura. Si seria eso...
Los aullidos aumentaban. Sin despertar al viejo Reguera, tomé mi revólver y me fui hacia el lado en donde estaba el peligro.
Caminé y me interné un tanto en la floresta, hasta que vi una especie de claridad que no era la de la luna, puesto que la claridad lunar, fuera del bosque era blanca, y ésta, dentro, era dorada. Continué internándome hasta donde escuchaba como un vago rumor de voces humanas alternando de cuando en cuando con los aullidos de los coyotes.
Avancé hasta donde me fue posible. He aquí lo que vi: un enorme ídolo de piedra, que era ídolo y altar al mismo tiempo, se alzaba en esa claridad que apenas he indicado. Imposible detallar nada. Dos
cabezas de serpiente, que eran como brazos o tentáculos del bloque, se juntaban en la parte superior, sobre una especie de inmensa testa descarnada, que tenía a su alrededor una ristra de manos cortadas, sobre un collar de perlas, y debajo de eso, vi, en vida de vida, un movimiento monstruoso. Pero ante todo observé unos cuantos indios, de los mismos que nos habían servido para el acarreo de nuestros equipajes, y que silenciosos y hieráticamente daban vueltas alrededor de aquel altar viviente.
Viviente, porque fijándome bien, y recordando mis lecturas especiales, me convencí de que aquello era un altar de Teoyaomiqui, la diosa mexicana de la muerte. En aquella piedra se agitaban serpientes vivas, y adquiría el espectáculo una actualidad espantable.
Me adelanté. Sin aullar, en un silencio fatal, llegó una tropa de coyotes y rodeó el altar misterioso. Noté que las serpientes, aglomeradas, se agitaban; y al pie del bloque ofídico, un cuerpo se movía, el cuerpo de un hombre Mister Perhaps estaba allí.
Tras un tronco de árbol yo estaba en mi pavoroso silencio. Creí padecer una alucinación; pero lo que en realidad había era aquel gran círculo que formaban esos lobos de América, esos aullantes coyotes más fatídicos que los lobos de Europa.
Al día siguiente, cuando llegamos al campamento, hubo que llamar al médico para mí.
Pregunté por el Padre Reguera.
—El Coronel Reguera— me dijo la persona que estaba cerca de mí—está en este momento ocupado. Le faltan tres por fusilar.

jueves, 23 de julio de 2009

Leyenda Mexicana "El Fuego"

Hace muchos años los huicholes no tenían el fuego y, por ello, su vida era muy dura, En las noches de invierno, cuando el frío descargaba sus rigores en todos los confines de la sierra, hombres y mujeres, niños y ancianos, padecían mucho.

Sólo deseaban que las noches terminaran pronto para que el sol, con sus caricias, les diera el calor que tanto necesitaban.

No sabían cultivar la tierra y habitaban en cuevas o en los árboles.

Un día el fuego se soltó de alguna estrella y se dejó caer en la tierra, provocando el incendio de varios árboles. Los vecinos de los huicholes, enemigos de ellos, apresaron al fuego y no lo dejaron extinguirse. Nombraron comisiones que se encargaron de cortar árboles para saciar su hambre, porque el fuego era un insaciable devorador de plantas, animales y todo lo que se ponía a su alcance.

Para evitar que los huicholes pudieran robarles su tesoro, organizaron un poderoso ejército encabezado por el tigre. Varios huicholes hicieron el intento de robarse el fuego, pero murieron acribillados por las flechas de sus enemigos.

Estando en una cueva, el venado, el armadillo y el tlacuache tomaron la decisión de proporcionar a los huicholes tan valioso elemento, pero no sabía cómo hacer para lograr su propósito. Entonces el tlacuache, que era el más abusado de todos, declaró:

-Yo, tlacuache, me comprometo a traer el fuego.

Hubo una burla general hacia el pobre animal. ¿Cómo iba a ser que ese animalito, tan chiquito él, tan insignificante, fuera a traer la lumbre? Pero éste, muy sereno, contestó así: -No se burlen, como dicen por ahí, "más vale maña que fuerza"; ya verán cómo cumplo mi promesa. Sólo les pido una cosa, que cuando me vean venir con el fuego, entre todos me ayuden a alimentarlo.

Al atardecer, el tlacuachito se acercó cuidadosamente al campamento de los enemigos de los huicholes y se hizo bola.

Así pasó siete días sin moverse, hasta que los guardianes se acostumbraron a verlo. En este tiempo observó que con las primeras horas de la madrugada, casi todos los guardianes se dormían. El séptimo día, aprovechando que sólo el tigre estaba despierto, se fue rodando hasta la hoguera.

Al llegar, metió la cola y una llama enorme iluminó el campamento. Con el hocico tomó una brasa y se alejó rápidamente.

Al principio, el tigre creyó que la cola del tlacuache era un leño; pero cuando lo vio correr, empezó la persecución. Éste, al ver que el animalote le pisaba los talones, cogió la brasa y la guardó en su marsupia. El tigre anduvo mucho sin encontrarlo, hasta que por fin lo halló echado de espaldas, con las patas apoyadas contra una peña. Estaba allí, descansando tranquilamente y contemplando el paisaje.

El tigre saltó hacia el tlacuache, decidido a vengar todos los agravios.

-Pero, compadre, ¿por qué? - le dijo el tlacuache-. ¿No ves acaso que estoy sosteniendo el cielo? Ya casi se nos viene encima y nos aplasta a todos. Podrías mejor ayudarme, quedándote en mi sitio mientras yo voy por una tranca. De esa manera estamos salvados.

El tigre, muy asustado, aceptó colocarse en la misma posición en la que estaba el tlacuache, apoyando las patas contra la peña.

-Aguanta hasta que venga, compadre. No tardaré -dijo el tlacuache.

El tlacuache salió disparado, mientras el tigre se quedaba ahí, patas arriba. Pasó un ratote y el tigre ya se había cansado.

-¿Qué andará haciendo este tlacuache bandido que no viene? -protestaba el tigre.

Siguió esperando, sin moverse. Pronto ya no pudo más. -Me voy aunque el cielo se venga abajo -pensó y se levantó rápidamente.

Se asombró de ver que no pasaba nada, que las cosas seguían en su sitio. El tlacuache lo había engañado otra vez. Salió a buscarlo enfurecido. Lo encontró en la punta de un peñasco, comiendo maicitos, a la luz de la luna llena. En cuanto el tlacuache lo vio venir, hizo como que contaba los granos y se apresuró a decirle:

-Mira compadre, ¿ves esa casa que está allá abajo? Ahí venden ricos quesos, podemos comprar muchos con este dinerito.

-Pero no veo cómo llegaremos a esa casa.

-Es fácil compadre. Cuestión de pegar un salto. Ya otras veces ha saltado y nada me ha pasado -argumentó el tlacuache.

-Bueno, saltemos juntos. No vaya a ser que te quedes aquí arriba o que llegues primero abajo y te escapes.

Mientras el tigre recogió los maicitos, pensando que eran dinero, el tlacuache aprovechó para encajar su cola en una grieta, sin que el otro se diera cuenta. Los dos se pararon en el borde de la peña. Cuando el tigre dijo: "¡ya!", el tlacuache saltó pero no se movió de su sitio pues tenía la cola encajada.

El tigre pegó un gran brinco y voló derechito hacia la luna llena, hasta desaparecer. Por fin, herido y exhausto, el tlacuachito llegó hasta el lugar donde estaba los otros animales y los huicholes. Allí, ante el asombro y la alegría de todos, depositó la brasa que guardaba en su bolsa. Todos sabían que tenían que actuar rápidamente para que el fuego sobreviviera. Así que levantaron al fuego, lo apapacharon y lo alimentaron. Pronto creció una hermosa llama.

Después de curar a su bienhechor, los huicholes bailaron felices toda la noche. El generoso animal, que tantas peripecias pasó para siempre proporcionarles el fuego, perdió para siempre el pelo de su cola; pero vivió contento porque hizo un gran beneficio al pueblo. En cambio, cuenta la gente que el tigre fue a caer en la luna y que todavía se le puede ver ahí de noche, parado con el hocico abierto.



El pueblo huichol es un grupo indígena mexicano que habita en el norte de Jalisco y parte de Nayarit, Zacatecas y Durango.

Este grupo conserva hasta ahora costumbres muy antiguas. Los hombres visten pantalón y camisa de manta blanca con algunos bordados, faja y sombrero. Las mujeres usan falda amplia, blusa de percal, un paliacate sobre la cabeza y, en ocasiones, el quechquémitl, que es un pequeño jorongo triangular.

Los huicholes se dedican a la artesanía, la cual está muy relacionada con sus creencias. Ellos quieren a las cosas de la naturaleza como quieren a algún familiar cercano.

Dicen que sus "abuelos" son el sol y el fuego; sus "abuelas", la fertilidad, la luna y la tierra, sus "tías", la lluvia y las tormentas. Por eso los representan en sus bordados y otros trabajan artesanales.

martes, 14 de julio de 2009

Historia de el Encierro de San Fermín

El festejo que más fama ha dado a los Sanfermines tiene un origen incierto. La mayoría de los historiadores lo sitúan en su forma más arcaica con el inicio de las corridas de toros sin muerte en el siglo XIV, e incluso antes.

Entonces ni siquiera tenía nada que ver con las fiestas de San Fermín, simplemente se trataba de una necesidad: llevar los toros desde extramuros hasta la plaza para la corrida de la tarde. El paso del tiempo y la afición de los pamploneses a azuzar con garrochas a los astados o a correr delante de las astas en el recorrido hasta la plaza es, sin lugar a dudas, lo que da origen al encierro.

Desde aquella primera corrida de toros en 1385 , bajo el reinado de Carlos II El Malo, la tradición se mantuvo pese a los continuos cambios de recorrido y prohibiciones. En el año 1591 y como consecuencia de la convergencia de tres de los principales eventos que acaecían en aquella época en Pamplona: las corridas de toros (25 de Julio), la feria de ganado de Pamplona y las fiestas de San Fermín (7 días de fiesta a partir del 10 de Octubre gracias a un privilegio concedido por el rey Carlos I de Navarra) comenzó la relación entre el encierro y las fiestas de San Fermín y su conocida celebración el 7 de Julio.

A partir este año, hay escritos que certifican la presencia del abanderado, un personaje a caballo que conducía a los toros hasta encerrarlos en la plaza del castillo. Muchos pamploneses salían al paso de los astados para azuzarles con garrochas, práctica que fue prohibida por sendos bandos de 1717 y 1731. En 1776 el Ayuntamiento decidió la colocación obligatoria de un vallado a lo largo de todo el recorrido, y años más tarde, en 1844, se construía la primera plaza de toros permanente, Tras diversos cambios de recorrido, en 1867 se publica el primer bando municipal sobre reglas y precauciones que deben adoptar los corredores. Pese a todo, el encierro era considerado como un acto “potencialmente peligroso” y traía de cabeza a las autoridades, esto originó diversos intentos de suspensión aunque siempre, el sentir popular obligaba a los dirigentes a continuar la tradición..

Desde 1927 transcurre por el recorrido que conocemos hoy. Desde este año las modificaciones han sido insignificantes, excepto la introducción del doble vallado en 1940, como respuesta a la rotura de este por un toro que hirió a una espectadora el año anterior. En los últimos años la retransmisión de todos los encierros por televisión han conseguido convertirlo en un evento conocido mundialmente.

1 de Enero, 2 de Febrero, 3 Marzo, 4 de Abril,

5 de Mayo, 6 de Junio, 7 de Julio San Fermín

A Pamplona hemos de ir con una media con una media

A Pamplona hemos de ir con una media y un calcetín

lunes, 13 de julio de 2009

Leyenda Yaganes "Latuka la Kipa la ultima mujer Yagan"

Me llamo Lakuta le kipa. Lakuta es el nombre de un pájaro y kipa quiere decir mujer. Cada yagán lleva el nombre del lugar donde nace, y mi madre me trajo al mundo en la bahía Lakuta. Por eso me pusieron por nombre Mujer Lakuta. Así es nuestra raza, somos nombrados según la tierra que nos recibe. Pero ahora todos me conocen como Rosa, porque así me bautizaron los misioneros ingleses que vinieron a enseñar su religión a nuestra tierra.

Soy la última de la raza de Wollaston. Los wollaston eran una de las cinco tribus yaganas. Cada una de esas tribus vivía en distinta parte en las islas al sur de la Tierra del Fuego, pero todos éramos dueños de la misma palabra, todos hablábamos la misma lengua. Ahora han muerto todos y sólo quedo yo, que ya estoy vieja.

No sé cuando nací. Cuando era pequeña vivía con mi papá y mi mamá. Los acompañaba a pescar y a matar nutrias. Mi papá tenía una canoa grande, hecha de un tronco escarbado con hacha y una tabla encima, para que no entrara el agua. Ni un poco se filtraba, pero ¡cómo se movía! Las guaguas íbamos en la parte de atrás, envueltas con ropas que nos daban en la misión. No nos podíamos mover.

-Que no se levanten los chicos a mirar el fondo del mar. Porque puede venir una cosa mala -decía mi padre.

Por eso nos quedábamos quietos y no podíamos jugar. Siempre había fuego en la canoa para calentarnos. Lo prendían sobre arena y yerbas y el calor se sentía de proa a popa. Pero yo pasaba mucho frío. Mi mamá remaba y mandaba a bordo.

Nadie sabía nadar, porque ya se estaban perdiendo las costumbres de los antiguos. Por eso, cuando se hundía una canoa ¡al fondo se iban todos! Nunca salíamos cuando había marejada, pero a veces nos pillaba el mal tiempo en medio del canal y yo me asustaba mucho.


En tierra siempre encontrábamos un lugar para acampar y ahí armábamos nuestro ákar. Sólo teníamos que levantar las varas de la tienda, que eran largas y se juntaban en la parte de arriba, y luego taparlas con las telas que nos daban en la misión. Adentro prendíamos un fuego y nos quedábamos comiendo mariscos. A la hora de dormir nos tapábamos y sentíamos un lindo calorcito que desparramaba la fogata por todo el ákar.

Así íbamos de una isla a otra, buscando en la naturaleza lo que podíamos comer. Por eso éramos más sanos que los hombres de hoy, que son tan políticos para comer. No éramos nada tontos. Ni hablar de lo rico que es el lobo de mar chiquitito, bien asado y con sal y otros condimentos. El aceite de lobo también es muy bueno. Si se toma frío engorda mucho y ayuda a mantener el calor. Los pájaros de la playa son muy sabrosos de comer.


A mi me encantaba el challe y una vez me enfermé. Amanecí con tremendo dolor de cabeza y mi madrina tuvo que sanarme. Agarró una rama de chaura y la puso sobre mi cabeza, haciendo "juuuuuummm" con la boca hasta que la enfermedad pasó.


A veces iba con mi madrina y mi mamá a cazar pájaros cuando estaba oscuro. Nos subíamos a la canoa y nos acercábamos sin hacer ruido a las barrancas donde vivían. Las dos levantaban sus palos con fuego para encandilarlos. Caían varios dentro de la canoa y ahí mismo los matábamos.

En el tiempo del verano siempre habia huevos. Comíamos tantos que nos quedábamos dormidos de llenos.


Después de comer, esperábamos que el mar se calmara y partíamos otra vez. Así era nuestra costumbre, como los gitanos. Y hasta hoy me gusta andar en canoa de un lado a otro, porque así es la naturaleza de mi raza.


Cuando apenas caminaba me quisieron llevar a la escuela de los ingleses, en la misión de Tekenica. Ahí llevaban a todos los chicos aunque tuvieran padre y madre, para que aprendieran. Mi mamá me contaba que a las mujeres les enseñaban a hilar y a tejer, y que cuando hacían mal su trabajo, las hacían sacar los puntos para que aprendieran bien. Pero cuando llegó mi tiempo de estudiar, ya no había escuela ni enseñaban a tejer porque no hacía falta. Los niños y los chiquillos que iban a la escuela empezaron a morir de golpe, casi al mismo tiempo, como si los estuvieran envenenando. Era alguna enfermedad que los atacaba, tal como ahora llega alguna tos mala y agarra a muchos; sólo que entonces no había doctor ni vacunas.


Por eso no fui a la escuela.

En esa época ya andábamos todos vestidos con la ropa que nos daban los misioneros, ya teníamos todos zapatos. Los antiguos no eran así, ellos andaban pelados. Sólo se ponían un cuero muy pequeño de nutria o de foca sobre la espalda. Por eso eran más sanos, no sentían frío ni siquiera cuando había nieve. Nosotros, en cambio, usamos tanto trapo y nos morimos más que antes.


Antes, en el invierno, cuando caía mucha nieve, las mujeres se divertían haciendo bolas con las manos y correteándose. También inflaban el estómago de un animal y lo tiraban de un lado a otro como pelota. Era muy entretenido, decía mi madre. Pero yo no alcancé a jugar así, porque ya no había niños que jugaran conmigo. Ya nos estábamos acabando.


Cuando había mal tiempo, los ancianos se juntaban en el ákar y contaban sus historias junto al fuego. Ellos me contaron que el arco iris que está en el cielo se llama Watauineiwa. A él le piden favores los hechiceros yaganes y también todos los que necesitan algo porque Watauineiwa no castiga, sólo ayuda. Si uno mira al cielo cuando sale el arco iris, puede ver uno pequeño junto al más grande. El pequeño se llama Akainij y es hijo del otro. Los dos son lo mismo.


Cuando hay tempestad se le pide que venga la calma. Si hay un niño huérfano, sin padre y sin madre, las personas que lo cuidan lo llevan ante Watauineiwa y Akainij para que hable y les pida:

"Yo estoy solo, no tengo padre, no tengo madre, no tengo hermano", les dice el niño huérfano.

Watauineiwa lo ayuda. Al otro día amanece en calma para mariscar. Se puede salir en la canoa y no falta alimento. Es como si el niño hubiera pedido perdón para que todo está bien en la tierra y termine el mal clima.

Cuando había mal clima los hechiceros también salían de su ákar para rogar que mejorara el tiempo.

A los yaganes les dijeron que Watauineiwa es como el padre de Jesucristo y Akainij, su hijo. Así me contaron. Rezarle al arco iris es rezarle a Jesucristo.


"Matahuakaiak , ayúdanos" le decían.

Hoy día ya nadie cree en nada. A veces me pregunto cómo los antiguos sabían tanto, porque andaban pelados y no iban a la escuela. Pero aprendían porque hablaban con Watauineiwa.


Tiempo después nos fuimos a vivir a la misión, en el pueblo de Douglas, con los ingleses. Ya no anduvimos más por ahí, mariscando y pescando. Los ingleses nos daban casas para vivir, pero las viejas no se acostumbraban. Querían su ákar, les gustaba vivir según la naturaleza de la raza.

Todas las mañanas tocaban la campana para avisar la hora de ir a la iglesia. Chicos y viejos teníamos que ir durante la semana y también el domingo. Los que sabían leer inglés rezaban con un librito. Una veterana estaba enojada todo el tiempo.

-¡Clavaron a Jesucristo! -decía indignada.

Los sábados nos repartían víveres. No nos faltaba la carne porque ya había muchas vacas en Navarino. También abundaban los guanacos. Su carne es rica y su grasa es buena para hacer sopaipillas.

Los hombres iban al monte a trabajar la leña y las viejitas los mandaban a mariscar. Míster Williams, el misionero, les pedía erizos, cholgas, centollas y a cambio les entregaba alimentos. Mis paisanos partían con sus canoas de tronco o sus chitas para agarrar a los animales del mar. Eran muy inteligentes, podían fabricarse todo lo que necesitaban para vivir.

De vez en cuando llegaba un barco desde Inglaterra, con regalos para los yaganes. En Navidad nos tenían que dar ropas y frazadas. Eran muy lindas las que yo tenía.

Llevábamos poco tiempo en Douglas cuando mi padre murió ahogado. Fue por el licor que habían importado unos rancheros. Una paisana robó unas botellas y partieron hacia Douglas con una canoa. Iban mi abuelo, mi padre, otro hombre, la ladrona y Keity, una bonita mujer yagana. Mi padre estaba tan enamorado de ella que iba a dejar a mi madre para irse con ella, pero el otro hombre también la quería. Les faltaba muy poco para llegar a Douglas, estaban ya cerca de la orilla cuando empezaron a pelear mi padre y ese hombre y la canoa se volteó. Mi abuelo y mi padre murieron ahogados por tomar esa grapa. Pobres.

Todos fuimos a verlos. Estaban tirados en la playa. Lloré cuando vi a mi padre y ahí me quede sentada a su lado, llorando y mirando. De Mejillones y otros lados empezó a llegar la familia. Eran muchos. Tenían que hacer su duelo yagán.

jueves, 9 de julio de 2009

Leyenda Sioux "El mundo segun los Sioux"

Los lakota y los demás pueblos de las praderas de Norteamérica, agrupan cuanto existe en el mundo en grupos de cuatro.

Según ellos cuatro son las direcciones: el Poniente, el Norte, el Sur y el Oriente.

El tiempo también se divide en cuatro: el día, la noche, las lunas y el año.

Todas las plantas que brotan de la tierra tienen cuatro partes: las raíces, los tallos, las hojas y los frutos.

Cuatro son las especies de seres que respiran: los que se arrastran, los que vuelan, los que caminan en cuatro patas y los que caminan en dos.

Hay cuatro cosas sobre nuestra tierra: el Sol, la Luna, el cielo y las estrellas.

Cuatro son las deidades: los Grandes, los Ayudantes de los Grandes, los que están por debajo de ellos y los Espíritus.

La vida del hombre también se divide en cuatro etapas: la primera infancia, la niñez, el estado adulto y la vejez. Por último los hombres tienen cuatro dedos en sus cuatro manos y pies. Los dedos pulgares y dedos gordos de los pies están frente a ellos para ayudarlos a trabajar y también son cuatro.


El Gran Espíritu hizo todo en grupos de cuatro y los hombres deben obedecer esta norma y agrupar las cosas y tiempos así.

Además, las cuatro partes del mundo tienen forma de un círculo, pues el Gran Espíritu también quiso que todo fuera circular.

Éstas son las palabras de un chamán de los oglala, que son parientes de los lakota:


"El Gran Espíritu hizo que todo fuera circular, excepto las piedras. Por eso las piedras destruyen. El Sol y el cielo, la Luna y la Tierra son redondos como escudo, el cielo además es hondo como un cuenco. Cuanto respira es redondo, como el cuerpo de los hombres. Cuanto crece de la tierra es redondo como los tallos. Si así lo hizo el Gran Espíritu, los hombres deben considerar al círculo sagrado, pues es el signo de la naturaleza. Es el signo de los cuatro confines d el mundo y los vientos que entre ellos vuelan. También es el signo del año. El día y la noche, la Luna, dan vueltas en el cielo. El círculo es el signo de los tiempos."

Por eso los oglala y los demás hacen redondos sus tipis. También sus campamentos son circulares y se sientan en ruedas durante las ceremonias.

El círculo es el refugio y la casa. Los adornos en forma de círculo representan el mundo y el tiempo.

Cuando los hombres se sientan en un círculo alrededor de una fogata para fumar la pipa sagrada, la pasan de uno a otro y dicen:


"En círculo te paso esta pipa, a ti que con el Padre vives; en círculo hacia el día que comienza; en círculo hacia el hermoso; en círculo completo por los cuatro lugares del tiempo. Paso la pipa al padre, con el cielo. Fumo el Gran Espíritu. Séanos dado tener un día azul."

lunes, 6 de julio de 2009

Leyenda nativo Americano "Marpiyawin y los lobos"

Los sioux eran una tribu viajera, iban de campamento en campamento, a lo largo del año. Se sentían a gusto en cada nuevo lugar pues no se mudaban a sitios extraños, sino que conocían bien todos los mejores lugares para establecer sus aldeas. Alzar y bajar los tipis era una tarea fácil a la cual estaban acostumbrados y que realizaban con gran rapidez. Cuando escaseaba la pastura para los caballos, cuando la caza se alejaba, cuando el agua de un arroyo era más abundante en otro sitio o cuando llegaba el invierno, los sioux movían sus campamentos.

Un día, la aldea entera estaba en marcha. Muchas mujeres y niños formaban la partida. Numerosos caballos de carga acarreaban los tipis y enseres; los hombres cuidaban los caballos de guerra y de caza; todos avanzaban. Entre ellos, iba una joven con un perrito. El cachorro era juguetón y ella lo quería mucho, pues lo había cuidado desde recién nacido, cuando aún no abría los ojos.


El camino se le hacia corto pues el cachorro jugaba con ella y los demás muchachos.

Cuando oscureció, vio que el perro no estaba. Lo buscó en el campamento y vio que nadie lo tenía. Lo llamó. "Tal vez se habrá ido con los lobos, como otros perros de la aldea, y regresar pronto. Tal vez volvió al viejo campamento", pensó la muchacha recordando las costumbres de los demás perros de la aldea.


Sin decir ni una palabra a nadie, regresó a buscarlo. No había riesgo de perderse, conocía bien el camino. Volvió hasta donde quedaban las huellas del campamento de verano, allí durmió. Esa noche cayó la primera nevada de otoño sin despertarla. A la mañana siguiente, reanudó la búsqueda.


Esa tarde nevó más fuerte y Marpiyawin se vio obligada a refugiarse en una cueva. Estaba muy oscura, pero la protegía del frío. En su bolsa llevaba wasna, carne de búfalo prensada con cerezas ùsemejante al queso secoù, y no tendría hambre.


La muchacha durmió y en sueños tuvo una visión: los lobos le hablaban y ella les entendía; cuando ella les dirigía la palabra, también parecían comprenderla. Le prometieron que con ellos no pasaría hambre ni frío. Al despertar, se vio rodeada de lobos pero no se asustó.


Varios días duró la tempestad y los lobos le llevaban conejos tiernos para que comiera; de noche, se acostaban junto a ella para calentarla. Al poco tiempo eran ya muy amigos.

Cuando la nevada escampó los lobos se ofrecieron a llevarla a la aldea de invierno. Atravesaron valles y arroyos, cruzaron ríos y subieron y bajaron montañas hasta llegar al campamento donde estaba su gente. Allí Marpiyawin se despidió de sus amigos. A pesar de la alegría que sentía de volver con los suyos, se entristecía de dejar a los lobos. Cuando se separaron, los animales le pidieron que les llevara carne grasosa a lo alto de la montaña.

Contenta, ella prometió volver y se dirigió al campamento.

Cuando Marpiyawin se acercó a la aldea, percibió un olor muy desagradable. ¿Qué sería? Era el olor de la gente. Por primera vez se daba cuenta de cuán distintos son el olor de los animales y el de las personas. Así supo cómo rastrean los animales a los hombres y por qué su olor les molesta. Había pasado tanto tiempo con los lobos que había perdido su olor humano.


Los habitantes de la aldea se pusieron felices al verla, pensaban que la había secuestrado alguna tribu enemiga. Ella contó su historia y señaló a los lobos; apenas se veían sus siluetas dibujadas contra el cielo, en lo alto de la montaña.
-Son mis salvadores -les dijo, gracias a ellos estoy viva.
La gente no supo qué pensar. Todos le dieron carne para que la ofreciera a los lobos. Estaban tan contentos y sorprendidos que mandaron un mensajero a cada tipi, para avisar que Marpiyawin había regresado y para pedir carne para sus salvadores.

La muchacha llevó la comida a los lobos; durante los meses de crudo invierno alimentó a sus amigos. Nunca olvidó su lengua y, a veces, los gritos de los lobos que la llamaban se oían por toda la aldea. Se hizo vieja, los demás le preguntaban lo que querían decir los lobos. Así, sabían si se acercaba una nevada o si merodeaba algún enemigo. Fue así como se le dio a Marpiyawin el sobrenombre de Wiyanwan si kma ni tu ompiti: la vieja que vivió con los lobos.

jueves, 2 de julio de 2009

Ritos Celtas Los Druidas

El Templo Silvestre era reservado y aislado al que solo podían acceder sus miembros, para efectuar únicamente el ritual. Un lugar situado en el boque, en un claro a ser posible, tranquilo, limpio, rodeado de piedras y árboles. Si dicha área tenía como parapetos a los Robles, por lo que leí aún mejor dado que es uno de los árboles sagrados Celtas por excelencia.Los cuartos del Círculo druídrico: Se establecían cuartos, estableciendo los cuatro puntos cardinales; que antaño correspondían a funciones dentro de la Tribu misma, relacionados con direcciones telúricas, con ciudades míticas, tesoros épicos a modo de talismanes y druidas legendarios.Primero el Oeste, punto atribuido al conocimiento, llamado “Fios”, su ciudad mítica es Gorias, la ciudad que brilla como el fuego, “Fortaleza Ardiente” relacionado con la lanza de Lugh (Dios Druida). Segundo es el Norte, atribuido a la Balla, llamada “Cath”, su ciudad mítica es Findias, la ciudad de Dann (maestro druida).

Tercero el Este, atribuida a la prosperidad “Bláth”, la cuidad mítica era Murias, “Fortaleza del Mar”. La cuarta y última el Sur estaba atribuido a la Canción “Séis”, la ciudad mítica es Fálias, “La fortaleza de la Estrella”. Relacionado con la piedra “Lia Fáil”, la que solía gritar en la coronación de los reyes en Irlanda.

Además de las cuestiones por eficiencia, el número cuatro tiene connotaciones místicas, druídicas y célticas, como: cuatro son las fases de la luna: Llena, Menguante, Nueva y Creciente. Cuatro son los animales primarios totémicos: Jabalí, Ciervo, Águila y Salmón.

Cuatro son los tesoros míticos de los Celtas: La lanza de Lugh, La espada de Nuada, El caldero del El Dios Dagda y la Piedra de Fáil.

En la relación de las divisiones de las funciones Celtas en Irlanda hallamos cuatro condados: Connaugh, al Oeste, en correspondencia con la ciencia y el conocimiento. Ulster, al Norte, afin con la batalla. Lienster, al Este enlazado con la prosperidad. Munster, al Sur, en conexión con la música o canción.

El altar: La única Luz que solían tener era la de la iluminación de la Awen, y aquella tenue que proporcionaban las llamas de las velas de cera virgen de abeja . Se encendían con la mano principal, encendidas por otra vela; que simbolizaban el elemento fuego. Un recipiente metálico con agua, que alude al elemento agua. Un recipiente con tierra o sal, “la magia blanca”, atribuida a las fuerza telúricas de la Tierra.

El rito : Se formaba un círculo con los integrantes tomados de las manos, actualmente se realiza con personas de ambos sexos. La unión justamente era por las manos, y no por los brazos por ejemplo, dado que las manos son una de las partes más importes del cuerpo, junto con los pies, que absorben la energía; tanto la que otros eres nos transmiten, como la que impulsa desde nuestras extremidades y que son captadas por animales, humanos o no, vegetales y minerales.

El rito era dirigido por una persona, que comenzaba invocando esos cuartos, según el orden de Oeste, Norte, Este y por último al Sur.

Finalmente, consagraban el círculo de fuerza a los antiguos dioses para que en ellos pudieran manifestarse y bendecirlos; luego abriéndose el círculo se deshacía.