lunes, 15 de marzo de 2010

Leyenda "La Venada Careta"

… Cuentan que esa tarde Pompilio no comió ni habló con nadie.

El terreno en que tengo establecida mi escuela tiene una legua cuadrada de superficie y perteneció al Vicari Carranza, de Comayagua. Sea por respeto al Padre o a saber por qué, este lugar permaneció solitario hasta que muerto el señor Vicario, mi cuñado compró todas las acciones, de los que heredaron, de modo que poco después estableció aquí un hato de ganado. En cierta ocasión tenía como vaquero o campista a un individuo llamado Pompilio Padilla, quien era buen cazador de venados y, por consiguiente, siempre que salía a sabanear en estas lomas, entonces lóbregas y solitarias, llevaba su escopeta. Un día, a eso de las tres de la tarde, vio el cuerpo de un venado, extrañándole que no tuviera cabeza, pero más se extrañó, cuando al aproximarse, notó que, tanto la cabeza como el cuello eran negros. El señor Padilla, que sabía muchas historias de venados que tienen arrimo, se subió a un árbol de nance para dispararle.
Salir el tiro y ver venir aquella venada hacia él, fueron una sola cosa.

En el pie del árbol hay mucha roca ígnea y la venada hacía sonar allí sus cascos, daba resoplidos y miraba al pobre cazador, que temblaba de miedo; gracias que pudo agarrarse a una rama con la correa de barriga; de no hacer esto, cae desplomado sobre el diabólico animal.

Cuando se le calmaron los nervios, que yo creo que nunca se le calmaron, le disparó todos los cartuchos que llevaba, y la venada, fuera de quedar ilesa, lo miraba con unos ojos bamboleantes que estremecían al pobre Pompo, sin dejar de dar resoplidos y casi sacando chispas de los pedernales con los cascos. Dos horas mortales pasó atado a aquella rama el héroe de esa verídica historia, pues la venada careta después de permanecer largo rato al pie del árbol se alejó muy despacio, y viendo siempre hacia atrás.

Cuentan que esa tarde Pompilio no comió ni habló con nadie; otro día se fue para el pueblo, de donde regresó con un escapulario y camándula al cuello, porque según él, la tal venada careta no era más que el mismísimo demonio.

Rara coincidencia: aquel hombre llevaba mi nombre, y hay quien diga que a mí me ha salido la venada careta en el mismo lugar; no aquel híbrido cabeza negra, sino la otra, la más temible, la que no da miedo al cuerpo, sino que dolor en el alma y desaliento en el espíritu: ese mito atroz que entre nosotros simboliza el fracaso, con la más hiriente sorna. Y puedo asegurar que no, pero no puedo negar que su fantasma me asedia y mortifica desde hace muchos años: y si es cierto que yo me le opongo con esos poderosos amuletos que se llaman fe y fuerza de voluntad, no podría, sin embargo asegurar, si en la debida proporción; de modo que, si vencido en la lucha bajo la tumba, no es remoto que mis sobrevivientes vean una nota necrológica en al que alguien, refiriéndose al vínculo que llevó mi espíritu diga, haciendo cómica justicia, al que ya no se puede defender:

“He aquí un hombre a quien le salió la venada careta”.

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